La corrupción del gobierno nacional ya no es un rumor: es un hecho. Sin embargo, lo que más indigna no es solo el saqueo institucional, sino el silencio atronador de quienes hicieron posible que Javier Milei llegara al poder. ¿Dónde están hoy los Macri, los Bullrich, los radicales disfrazados de opositores, aquellos que lo acompañaron en la foto y lo legitimaron en cada paso de su campaña?
Ese silencio es complicidad. Es la marca más obscena de una clase política que se dice opositora, pero que en los hechos garantiza la continuidad de un modelo corrupto, cruel y cínico. Porque lo que encarna La Libertad Avanza no es libertad: es una banda de inútiles y corruptos que gobiernan con el látigo de la crueldad, disfrazando ajuste, exclusión y negociados como si fueran “sinceridad” o “orden económico”.
Desde que asumieron, Milei y sus socios se convirtieron en los verdugos de los jubilados, de las personas con discapacidad y de todo aquel que dependa del Estado para sobrevivir. Su proyecto libertario se desnuda como lo que siempre fue: una farsa, una estafa institucional sostenida por discursos vacíos y blindada por un Poder Judicial que mira para otro lado. Porque la otra gran pregunta es inevitable: ¿dónde están los jueces y fiscales “independientes” cuando la corrupción salpica al propio presidente y su círculo más íntimo?
Hoy la Argentina asiste al verdadero rostro del mileísmo: el de un gobierno sin proyecto de país, pero con hambre de poder, negocios y represión. No hay épica libertaria ni revolución contra la casta; hay una asociación ilícita que se ríe de la democracia mientras ajusta a los más vulnerables y se enriquece con el dinero público.
La historia juzgará a Milei, pero también a sus socios visibles e invisibles, a sus aliados oportunistas y a cada funcionario judicial que prefirió callar. Porque en política, como en la vida, el silencio también es una forma de corrupción.
Por Jorge Fernando Moll/Digital Chubut